«De la interpretación a la hermeneía, es decir, del desciframiento, finito o infinito, del sentido al anuncio, infinitamente finito, del don compartido del habla: la rapsodia de nuestra historia hermenéutica y, finalmente, el cuestionamiento por aquello que denominamos diálogo».
Con esta frase cierra Jean-Luc Nancy la contraportada del libro en su lengua original. Hemos querido traducirla y ofrecérsela al lector porque resume bien las intenciones del autor, que no desea ofrecer un libro sobre nuestra historia hermenéutica (cuyas «evidencias demasiado consabidas» generan en él, según sus propias palabras, «cierta impaciencia»), sino el anuncio de nuestro don compartido del habla.
En La partición de las voces, Nancy se fija el objetivo de recuperación y replanteamiento del «sentido» heidegeriano: «el ser no es algo cuyo sentido se alcanzaría por vía hermenéutica, sino que la hermeneía es el “sentido” de este ente que somos nosotros, “hombres”, “intérpretes” del lógos. Ninguna “filosofía de la interpretación” está a la altura de esta “humanidad”». Su empresa se enfrenta así con la «urbanización» de Heidegger que tan exitosamente había efectuado Gadamer. «Desurbanizar» a Heidegger, si así puede denominarse la apuesta de Nancy, consiste en regresar a la analítica existencial, sobre todo a lo que determina respecto al «sentido», y profundizar en el vínculo que en Ser y Tiempo une la hermeneía con el Mit- sein, esto es, el anuncio del sentido -o el sentido como anuncio- con el hecho de que éste se da en un «ser-con» los demás. Ese vínculo se llama La partición de las voces. En 1982, en plena koiné hermenéutica, este libro que el lector tiene entre sus manos alzaba una voz intempestiva y desafiante para proponernos lo que podríamos llamar «una hermenéutica del tocar». A esa misma partición de las voces nos sigue convocando hoy su autor.
Esta edición incluye un prefacio de Jean-Luc Nancy en el que el autor agradece la ocasión de esta traducción para poder «explicarse» con su propio trabajo treinta años después de que el libro viera la luz.